viernes, 26 de abril de 2013

La Noche.


Habiendo estado con tantos, habiendo recibido en su ser a personas insignificantes. Habiendo querido llenar los espacios de todos, para hacerlos más ideales a ella.…
 De repente se cansó y no quiso más. El mundo entero la empachó. La dejó sin gusto, sin tacto, sin olfato, sin sensación.
Siendo todo lo mismo, siendo todo menos que nada.
Y cuando al fin logró deshacerse de ese vacío que llenar. Cuando la costumbre se separó del placer… cuando cada quien solo fue alguien más y por primera vez supo ser. Libertad.
Respirando sin prejuicios y sin consecuencias. Siendo y aprendiendo de sí misma. Entendiendo cada vez más. Riendo cada vez más. Bailando cada vez más. 
Disfrutando la soledad con una autonomía nueva y autosatisfacción atroz. Cuando ya no quería nada de otros…
Llegó.
Sin pedir permiso, sin avisar. Suave y rápidamente. A tientas, pero casi sabiendo. Con voracidad, con euforia. Con la certeza de lo simple. .. y una duda fugaz, impregnada en el eco de la noche.
Y de repente el miedo, la desesperación. La incertidumbre y el peso soberbio del magnetismo. Absorbido con ferocidad, sin tener muy claro hasta donde o para qué.
Dejándose arrastrar sin poder apagar la voz de su cabeza.  Escuchándola en el fondo, opacándolo apenas. Los instintos le dejaron claro que ella entendía, que ella sabía. Pero que no podía soltar ya. Ni quería… ni lo lograría al intentar. Remolcándolo a sus caprichos, debilitándolo en situaciones leves.
Entre los vaivenes eróticos de su proximidad, entre los sonidos ahogados por su propia mano, entre los roces, los besos, rendidos ante el deseo acumulado, surgió la certeza: se conocían desde siglos en sus mentes…
Pero lo que ella no dejó traslucir esa noche, lo que ella no se animó a decir con su boca rosada de besos, era la intimidad de su abrazo. Con hambre de tiempo y espacio en común. Con la satisfacción absoluta del presente y la sorpresa del futuro…
Era el miedo que sentía de admitir, que no quería perderlo.

Por Sabrina Cintora Vaschetto.