Habiendo
estado con tantos, habiendo recibido en su ser a personas insignificantes.
Habiendo querido llenar los espacios de todos, para hacerlos más ideales a
ella.…
De repente se cansó y no quiso más. El mundo
entero la empachó. La dejó sin gusto, sin tacto, sin olfato, sin sensación.
Siendo todo
lo mismo, siendo todo menos que nada.
Y cuando al
fin logró deshacerse de ese vacío que llenar. Cuando la costumbre se separó del
placer… cuando cada quien solo fue alguien más y por primera vez supo ser.
Libertad.
Respirando
sin prejuicios y sin consecuencias. Siendo y aprendiendo de sí misma.
Entendiendo cada vez más. Riendo cada vez más. Bailando cada vez más.
Disfrutando
la soledad con una autonomía nueva y autosatisfacción atroz. Cuando ya no quería
nada de otros…
Llegó.
Sin pedir
permiso, sin avisar. Suave y rápidamente. A tientas, pero casi sabiendo. Con
voracidad, con euforia. Con la certeza de lo simple. .. y una duda fugaz,
impregnada en el eco de la noche.
Y de
repente el miedo, la desesperación. La incertidumbre y el peso soberbio del
magnetismo. Absorbido con ferocidad, sin tener muy claro hasta donde o para
qué.
Dejándose
arrastrar sin poder apagar la voz de su cabeza.
Escuchándola en el fondo, opacándolo apenas. Los instintos le dejaron
claro que ella entendía, que ella sabía. Pero que no podía soltar ya. Ni
quería… ni lo lograría al intentar. Remolcándolo a sus caprichos, debilitándolo
en situaciones leves.
Entre los vaivenes eróticos de su proximidad, entre los
sonidos ahogados por su propia mano, entre los roces, los besos, rendidos ante
el deseo acumulado, surgió la certeza: se conocían desde siglos en sus mentes…
Pero lo que ella no dejó traslucir esa noche, lo que ella no
se animó a decir con su boca rosada de besos, era la intimidad de su abrazo.
Con hambre de tiempo y espacio en común. Con la satisfacción absoluta del
presente y la sorpresa del futuro…
Era el miedo que sentía de admitir, que no quería perderlo.
Por Sabrina Cintora Vaschetto.
Por Sabrina Cintora Vaschetto.